martes, julio 16, 2013

Como la Primavera

Cómo un ala negra, tendí mis cabellos,
sobre tus rodillas
Cerrado los ojos su olor aspiraste
Diciéndome luego
-¿Duermes sobre piedras cubiertas de musgo?
¿Con ramas de sauce te atas las trenzas?
¿Tu almohada es de trébol?¿Las tienes tan  negras
Por que acaso en ella exprimiste un zumo
Retinto y expreso de moras silvestres?
¡Que fresca y extraña fragancia te envuelve!
Huele a arroyuelos, a tierra y a selvas.
¿Qué perfume usas? y riendo te dije:
-¡Ninguno, ninguno!
Te amo y soy joven, huelo a primavera.
Ese olor que sientes es de carne firme,
De mejillas claras y de sangre nueva.
¡Te quiero y soy joven, por eso es que tengo
Las mismas fragancias de la primavera!


Juana de Ibarbourou


viernes, octubre 21, 2011

En algún momento de mi vida me he perdido
no encuentro letras
siento mis entrañas secas
mi risa hueca
el mundo avanza y yo me quedo atras

¿ donde estan mis palabras ?

miércoles, febrero 17, 2010

Odio

Las palabras se me atoran en los dedos,
en la garganta, en el alma.
Mis dedos torpes se niegan a escribir,
y no sè como decirte lo que no quiero sentir.
Te odio.
Odio los recuerdos que guarda mi mente.
Odio las marcas que dejas en mi piel.
Odio tu olor en mis manos,
tus carcias en mi espalda.
Odio el placer que siento cuando te tomo,
cuando te toco.
Odio tu abrazo fuerte,
tus besos perfectos.
Odio que a tu lado el mundo,
las horas no importen.
Odio necesitarte,
querer màs de ti.
Odio que me hagas reir,
que me hagas un poco feliz.
Odio lo que a veces siento cuando te recuerdo.
Odio no sentirme culpable.
Odio no ser tan fria y dejarte de una puta vez.
Odio no poder.

jueves, mayo 22, 2008

Roberto

Roberto me golpeaba. Si, así como suena.
Me golpeaba con lo que tenía a mano; no importaba que fuera con un objeto, con la mano, con los pies o me estrellara contra la pared.
Él me golpeaba; y cada vez que lo hacía, en sus ojos negros, una veta sádica se vislumbraba.
Él era feliz haciéndolo, casi podría jurarlo.

Él antes no era así, cuando nos casamos era el paradigma de hombre, tierno, atento, cariñoso…él me respetaba, yo era su compañera de vida, de alma.
Y yo era tan feliz.

La primera vez que me golpeó fue el 26 de Abril de 2005, me acuerdo clarito por que ese día fue el cumpleaños de mi prima Claudia, él venia borracho y yo molesta por que se había pasado de copas, pero siempre he sabido, gracias a mi padre, que a un hombre borracho es mejor dejarlo dormir y conversar después. Así que ese día me fui derecho a la cama, estaba exhausta, sólo quería dormir y también discutir, pero eso, gracias al borracho de mi marido, lo dejaría hasta mañana.

Sentí primero sus manos en mis senos. Más que acariciarme, me estaba haciendo daño, también sentí su aliento fétido a piscola después; sus labios me susurraban algo que yo no entendía, bueno, sabía que quería, pero yo no estaba ni cerca de sentir ganas de hacer algo horizontalmente y se lo hice saber; sí que se lo hice saber.

Lo corrí de mi lado y le dije que con borrachos yo nada quería.

Y ahí vi, en ese mismo momento, como ese hombre para mí tan perfecto se transformaba en un completo extraño, de mi marido tierno no quedó ni la sombra. Y todo en exactamente cinco segundos y frente a mis desorbitados e incrédulos ojos.

Sentí escalofríos y cuando su mano estuvo cerca de mi cara, yo a lo único que atiné es a cerrar los ojos y esperar el golpe. El primero fué, por decirlo de alguna manera, “suave”, de a poco eso sí fueron siendo mas duros y en todas partes, en la cara, brazos y piernas.
Yo me acurruqué en la cama, así como un feto; cosa extraña, antes de no pensar en nada, la última imagen fue la cara de mi madre. Cómo quería en ese momento estar en sus brazos y fuera de peligro.

Se volvió loco, de ahí en adelante creo que algo en la cabeza se le zafó, por que no creo que una persona “normal” llegue a tanta violencia.
Y todo en media hora.

Me fui a la casa de mi madre, con una vergüenza enorme, con el orgullo por el suelo y con un ojo en tinta (y otros moretones que escondí). No lo quería ver, no quería saber nada de él; hasta su nombre me sabía a arena en la boca.

Pasaron las semanas, me llamaba, me buscaba, me mandaba flores, se preocupaba constantemente por mi.
Por unos maravillosos días creí que había vuelto a ser el Roberto de antes, mi Roberto amado.
Mi enojo y miedo se habían evaporado.

Me pidió otra oportunidad.
Dios, como cambia la gente; era un corderito, un pan dulce, un amor en todos los sentidos.
Supe que sólo había sido un desliz de su parte y me prometió por lo más sagrado, dijo, que jamás, jamás volvería a hacer algo de esa magnitud.

Y yo le creí.

Volvimos a nuestra casa, enamorados como dos colegiales. Éramos la pareja de antes. Yo era feliz.

Pero en algún lugar oscuro dentro de mí, no podía sacarme esos ojos de encima, esa miraba sádica que en sus ojos negros. En el fondo tenía miedo. Aún tenía miedo.

La segunda vez que me golpeó no me acuerdo la fecha. Sólo recuerdo que estaba sentada en el sillón y él llegó del trabajo hecho una furia, que la pega, que el jefe, etc. Llegó pateando la puerta y las sillas y todo lo que encontró.
Me acerqué a él para calmarlo y en vez de dirigir su furia a los muebles debió haber pensado que yo era un mejor blanco. Me dio un revés que me rompió el labio y me hizo caer, me miró en el suelo y como que volvió de un trance, me ayudó a levantar, me pidió disculpas. No pasó a mayores.

El tiempo pasó así, los años pasaron así, a una pelea que terminaba en golpes y de un genio que de la nada se descomponía, a besos, abrazos apasionados, a una ternura que desconocía en él, pero que me llenaba y me hacia olvidar cada golpe, cada palabra cruel.

Con el tiempo se volvió un poco extraño, más que celos parecía una enfermedad, no sé, mental.

Cada vez que salía de casa me miraba extraño, a veces incluso cuando me golpeaba decía que así aprendería a no engañarlo, me gritaba cosas horribles, como si yo fuera la gran puta de un burdel.

Cabe decir que por lo mismo no salía, mis vecinos, cada vez que “tenia” que salir, me miraban con cara de pena, y yo, avergonzada, bajaba la cabeza, no sabía donde meterme. Llegaba a mi casa y me encerraba en la pieza, lloraba por horas; lloraba de pena, de vergüenza, de humillada que me sentía.
Me sentía encerrada, prisionera entre ese hombre que desconocía y el que me había enamorado. Ya no aguantaba, varias veces quise terminar con mi vida, pero no lo hacia por cobarde, así como tampoco le ponía fin a las golpizas de Roberto.

Cobarde, cobarde, decía una y mil veces para mis adentros.

Lo odié, en ese tiempo sí que lo llegué a odiar.

Un día Roberto, todo tierno, me llamó que se iba a juntar con unos amigos a celebrar no sé qué. Apagué las luces y me acosté. Tuve un sueño extraño, sentía mucho frío, estaba empapada de sudor, sentía como si me estuviera ahogando. Desperté asustada y a Roberto mirándome fijamente, casi encima de mí, me había destapado y me recorría con esa mirada fría y negra.
Ahí supe lo que me esperaba.
Me agarro del pelo y con la fuerza que me lo tiró me botó de la cama, me pateo en el suelo hasta que se cansó…me desmayé del dolor y ahí quedé tirada en la alfombra. Desperté en el mismo sitio.

Me levanté como pude, miré a mí alrededor y ahí estaba él, durmiendo su borrachera en la cama, desparramado. Tomé la decisión e hice mi maleta. Me iba para siempre, ese hombre no merecía nada de mí. A la mierda mi amor por él, aunque a estas horas me preguntaba si eso era amor o miedo, o no sé qué que me tenia ahí, en es hogar que ya no era nada, con ese hombre que realmente odiaba.

Caminé a la cocina para ponerme hielo en el labio, despacio, para que no se despertara, me estaba enjuagando la sangre en el lavaplatos cuando lo sentí a mis espaldas; el vello se me erizó, me quedé pasmada, venia tambaleándose y diciendo cosas horribles y esa mirada…Dios, con esa mirada asesina que yo ya conocía tan bien.
No sé de donde saqué fuerzas, no sé que me paso por la cabeza, realmente recuerdo todo borroso, es más, si siquiera recuerdo bien que fue lo que exactamente pasó: un cuchillo de la cocina, sangre, la garganta abierta, su cuerpo convulsionándose en el suelo, espuma roja por su boca, sangre y más sangre. Cuando reaccioné eso fue lo primero que vi, mis manos que aún sostenían el cuchillo homicida, estaban sucias de él, el olor a sangre, como a clavo oxidado, me mareó más de lo que ya estaba, vomite bilis, me caí a suelo y lloré.

La policía llego en unos minutos, yo los llamé. A él y a mi nos llevaron en camillas, el sin vida y yo…yo casi sin alma.

Me encerraron.

Me trataron como una delincuente, mi madre lloraba y pedía que me dejaran libre, mi familia estaba destruida. Hicieron todo lo que pudieron para liberarme pero no hubo caso. Debe ser difícil para una madre ver a su hija encerrada así y mas encima si ésta está en ese lugar por haber matado a alguien. Aunque ese alguien de verdad se lo mereciera.

Me condenaron.

Llevo acá dos años de seis, ya me he acostumbrado a la rutina que hay acá, me costó un mundo adaptarme, pero cuando lo hice, ya no fue tan difícil. Mi familia viene a verme y me cuenta que es lo que pasa afuera, ya no me siento humillada ni cobarde, incluso estoy tranquila, duermo tranquila y no sueño que me ahogo.
Ya no me despiertan golpes, ni ando asustada por los rincones.
Ya no tengo miedo.

Ya no lo odio, sería extraño odiar a un muerto ¿no?

Pero acá, encerrada tras estas rejas, por fin…me siento libre.

jueves, febrero 07, 2008

No tengo

No tengo algo
que pueda retenerte
a mi lado
ni las palabras justas
para convencerte
ni un amor sano
que te deslumbre.

No tengo algo
que pueda gustarte
ni manos suaves
con las que acariciarte
ni una sonrisa perfecta
que te encante
ni ojos profundos
donde puedas perderte.

No tengo nada más
que unas palabras sueltas
con una declaración
escondida
por que ni siquiera
tengo la confianza
ni la fuerza
de mirarte a los ojos
y decirte que te extraño.

martes, septiembre 04, 2007

Un cuento para que duermas

Había una vez una joven que escribía historias; historias de amor, de guerra, de lágrimas y fantasías. Podía crear un mundo en su imaginación y podía también ponerlas en papel para que la gente las disfrutara y las sintiera suyas. En cada historia que contaba ponía un poco de su esencia misma y eso hacía que se gastara de a poco, pero había tanta gente que quería escucharla que no dudaba en hacerlo, aunque en ello se le fuera palabra a palabra la vida. Inventaba o coleccionaba historias reales, las mezclaba, le ponía un poco de esto y aquello y zas! las historia salía más que de su boca, de su alma. A veces parecía que la misma madre tierra le contara historias al oído, o las estrellas o el mar.

Inventaba tantos cuentos que su gente cercana ya no sabía si hablaba en serio o estaba contando una de sus historias.

Pasaban los días y ella seguía contando y alegrando, mientras se desgastaba poco a poco, sin que eso mermara sus ganas de seguir haciéndolo. La gente atribuía su transparencia a que podría ser de otro mundo o del pasado, que venia a contarles cómo había sido todo desde antes que Adán y Eva fueran desterrados por una fruta de nada. Por eso no se preocuparon de que de a poco esa joven se hiciera más y más volátil.

Un día esta joven vio que si contaba una historia más desaparecería para siempre, entonces tomó la difícil decisión de ocultarse del mundo hasta que se le llenara el alma para empezar otra vez a regalar historias. Se fue a un cerro, al lado de un arroyo y se dispuso a descansar el cuerpo y rellenar su alma.
Al pasar las horas, mientras descansaba un joven se le acercó lentamente.
Ella pudo haber corrido lejos, pero vio en sus ojos de zorrito algo que la detuvo.
- ¿Eres la que cuenta historias? - le preguntó.
- Sí - respondió, pero ahora no puedo.
- ¿Por qué no puedes? - dijo el joven.
- Por que si lo hago, se me va el alma.

El joven estaba triste y ella no podía ayudarlo. Él entonces procedió a contarle su propia historia. Historia de años buscando, amando, llorando, siendo feliz, con dudas, alegrías y penas; pero en algún momento había perdido el rumbo y ya no sabía ni quién era. Él la buscaba para que ella pudiera anudar los pocos recuerdos que le quedaban y así recuperar su historia. Cuando uno pierde su historia, se pierde a si mismo, pensaba él.

Ella se enamoró perdidamente del hombre de los ojos de zorrito, de sonrisa de luna y labios de frutilla. Pasaron los días y él esperaba a que ella recuperara lo que necesitaba para ayudarlo. El tiempo pasaba y ella no lograba reunir lo necesario. El alma puede tardar mucho tiempo en recuperarse. Eso la impacientaba.

Él observaba a esa joven extraña, que se sentaba bajo un árbol por horas, callada y tranquila, parecía un fantasma, más bien de humo, a veces pensaba que si el viento corría muy fuerte, se la llevaría para siempre.

Ellos se amaron, se amaron de lejos, sin saber los sentimientos del otro, cada cual encerrado en si mismo, en eso que los quemaba y el otro ignoraba. El joven estaba más triste que desde su llegada y ella no podía soportarlo, ¿qué le oprimía el alma? ¿Cómo podía ayudarlo si aún no estaba lista? Quería arrullarlo en sus brazos, contarle miles de historias, alegrarle la existencia, ¿pero si él la rechazaba? ¿O si ella al contarle cuentos desaparecía?

Una noche de luna llena, ella no pudo soportarlo más y sin importar lo que pasaría después o si se esfumaba a mitad de su obra, se acercó despacio y se sentó frente a él, le tomó las manos y le dijo:
- Tengo una historia que contarte.
Así pasaron las horas, ella uniendo palabra por palabra, trazando una vida olvidada, creando para él, juntando recuerdos y anécdotas, hasta tener una vida hecha a la medida para ese joven que la volvía espuma por dentro. En cada palabra que decía se debilitaba más y más. Eso dejó de importarle después de la segunda frase de ella y la primera sonrisa de él.
Pasó la noche y llegó el alba, sin que ella dejara de contar y contar. El joven la miraba fascinado, parecía casi imposible que esa joven que parecía de luz pudiera hacerle una vida. ¿O tal vez con cada palabra que decía se volvía luz?
Estaban agotados, ella por todo lo que dijo y él por todo lo que tuvo que guardar en su memoria. Después de darle las gracias y pagarle por su servicio se retiraron a descansar. Ya repuesto el joven, se dedicó a buscar flores para ella, más que para agradecerle otra vez, para decirle lo que le oprimía el pecho hace tanto tiempo. La busco por todas partes y no pudo hallarla, clamó al cielo y las estrellas y ella no aparecía.
Ahora que tenía su historia no la tenía a ella ¿de qué le servía tener una vida si no podía ofrecérsela? La buscaba incansablemente, preguntaba por ella en todas partes y nadie le daba respuesta. No dormía, por que en las noches se le aparecía en sueños, soñaba que mientras la besaba ella se volvía humo y no podía retenerla.
La buscó por años y años hasta que la vejez se le instaló en los huesos y el alma. Nunca la encontró, ni tuvo rastro de ella, pero cada vez que escuchaba una historia su olor le llegaba a la memoria y la sonrisa se le ensanchaba.

Ya casi a las puertas de la muerte, postrado en una cama, frente a la ventana iluminada por la luna, la vio descender despacio por un rayo que se colaba por la ventana, despacio y frágil, como un susurro. El no tenía miedo, ¿cómo iba a temerle si la amaba, si la había buscado tanto? Ella se sentó a su lado, le tomó las manos y dijo:
- Tengo una historia que contarte:

"Había una vez un joven que había perdido a su amada, la buscó por cielo, mar y tierra. Puso toda su fortuna a los pies de quien pudiera darle una pista del paradero de ella, uso todo su tiempo buscándola, toda su vida llamándola. El no sabía que ella estaba dentro de él, que un día, al verlo triste, ella, al crearle una vida le dio la suya propia, para que el pudiera vivirla y disfrutarla; para que la tristeza de no saber quien era no le nublara los ojitos de zorrito, ni la sonrisa de luna. Ella lo amaba y prefirió volverse luz, que verlo triste..."

El hombre por fin comprendió que todo éste tiempo ella siempre estuvo acompañándolo y supo también que por fin iban a estar juntos para siempre, que ella venía a llevarlo a un lugar donde pudiera contarle historias, amarlo y arrullarlo sin que se le gastara el alma.

Al otro día cuando su familia vino a visitarlo, el hombre estaba en su cama, con los ojos abiertos mirando el horizonte, helado como una piedra y una sonrisa de luna en sus labios de frutilla.

FIN

jueves, junio 21, 2007

No quiero

" No quiero tu amor puro
tu amor de mártir
tu amor sano
tu amor perfecto "